viernes, 20 de abril de 2012

Manifiesto del Skyrunner

Kiss or kill. Besa o mata. Besa la gloria o muere en el intento. Perder es morir, ganar es sentir. La lucha es lo que diferencia una victoria, a un vencedor. ¿Cuántas veces has llorado de rabia y de dolor? ¿Cuán­tas veces has perdido la memoria, la voz y el juicio por agotamiento? ¿Y cuántas veces, en esta situación, te has dicho: «¡Otra vez! ¡Un par de horas más! ¡Otro ascenso! El dolor no existe, solo está en tu men­te. Contrólalo, destrúyelo, elimínalo y sigue. Haz sufrir a tus rivales. Mátalos»? Soy egoísta, ¿verdad?


El deporte es egoísta, porque se debe ser egoísta para saber luchar y sufrir, para amar la soledad y el infier­no. Detenerse, toser, padecer frío, no sentir las piernas, tener náu­seas, vómitos, dolor de cabeza, golpes, sangre… ¿Existe algo mejor? El secreto no está en las piernas, sino en la fuerza de salir a co­rrer cuando llueve, hace viento y nieva; cuando los relámpagos prenden los árboles al pasar por su lado; cuando las bolas de nieve o las piedras de hielo te golpean las piernas y el cuerpo desnudo con­tra la tormenta y te hacen llorar y, para proseguir, debes enjugarte las lágrimas para poder ver las piedras, los muros o el cielo.


Renun­ciar a unas horas de fiesta, a unas décimas de nota, decir «¡no!» a una chica, a las sábanas que se te pegan en la cara. Ponerle huevos y salir bajo la lluvia hasta que te sangren las piernas debido a los gol­pes que te has dado al caer al suelo por el barro, y levantarte de nue­vo para seguir subiendo… hasta que tus piernas griten a pleno pul­món: «¡Basta!». Y te dejen colgado en medio de una tormenta en las cumbres más lejanas, hasta la muerte. Las mallas empapadas por la nieve que arrastra el viento y que  se te pega también en la cara y te hiela el sudor. Cuerpo ligero, pier­nas ligeras. Sentir cómo la presión de tus piernas, el peso de tu cuer­po, se concentra en los metatarsos de los dedos de los pies y ejerce una presión capaz de romper rocas, destruir planetas y desplazar continentes. 



Con ambas piernas suspendidas en el aire, flotando como el vuelo de un águila y corriendo más veloces que un guepar­do. O bajando, con las piernas deslizándose por la nieve y el barro, justo antes de impulsarte de nuevo para sentirte libre para volar, para gritar de rabia, odio y amor en el corazón de la montaña, allá donde solo los más intrépidos roedores y las aves, agazapados en sus nidos bajo las rocas, pueden convertirse en tus confesores. Solo ellos conocen mis secretos, mis temores. Porque perder es morir.


Y uno no puede morirse sin haberlo dado todo, sin romper a llorar por el dolor y las heridas, uno no puede abandonar. Hay que luchar hasta la muerte. Porque la gloria es lo más grande, y solo se debe aspirar a la gloria o a perderse por el camino habiéndolo dado todo. No vale no luchar, no vale no sufrir, no vale no morir… Ha llegado la hora de sufrir, ha llegado la hora de luchar, ha llegado la hora de ganar.






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